Me hicieron bien dos días sin ver el reloj, sin preocuparme por la comida, buscar un lugar donde no sirvieran carne roja, preparar algo en casa o ir por algo al super. Sin preocuparme por tí ni por nadie (aunque llegando me diste buenas razones para haberme preocupado por ti). Sin pensar en la escuela (o ausencia de), ni en estudiar ni en trabajar, ni en darle de comer a nadie, limpiar/ordenar nada. Me hicieron bien dos días de absoluta libertad, una alberca tibia y sapos gigantes. Tal vez mentí un poco cuando te dije que no pude comunicarme contigo, mandarte un mensaje... la verdad absoluta es que no me dieron ganas. Ni de mandarte mensaje a tí, ni de mandarle mensaje a nadie, como prometí que lo haría si conseguía cómo (Aunque fue verdad que no tuve señal en mi celular). No me hacía falta olvidarme del mundo como tantas veces quise y nunca pude, a decir verdad nunca antes me había sentido alejada del mundo como este fin de semana. Tan alejada y a la vez tan cerca, tan unida a él. A tí, a él.
Tiré la pulsera roja con negro que compré hace un año, la dejé irse en un río. A decir verdad ni siquiera tenía claro qué simbolizaba cuando la tenía puesta, pero me hizo recordar las pulseras que usé antes, los anillos, la muñequera. Más precisamente la muñequera. Eran una forma de recordarme cosas, de hacerme tener presente lo que soy, lo que fui. O una forma efectiva de ocultar cosas, de ocultar cicatrices. Cicatrices que a veces me dan ganas de arrancarme con todo y piel. Tal vez la única razón por la que no lo he hecho es que no quiero volver a ver mi sangre... o que hacerlo sólo dejaría una cicatriz más grande, una cicatriz que trató de ocultar otras... no lo lograría. A veces considero volver a ponerme la muñequera, no por lo que te dije que simbolizaba, sino para ocultar de mi las marcas de mi pasado, para ocultarlas de mi y no del mundo. Pero ya no quiero querer hacerlo. Ya no quiero tampoco querer borrar mis marcas.... no sé si sea bueno o malo, pero ya no puedo seguir así. Lo que quiero es que pierdan significado, que incluso se me olvide que están ahí, tal vez ni siquiera pensar en que otros podrían darse cuenta de que están ahí. Tal vez estoy cansada de cuidar que nadie las vea. Tal vez me cansé de la sensación que me causa pensar en sangre, verla, leer la palabra.
Y tengo 544 mails en mi bandeja de entrada. De esos, menos (mucho menos) de 30 no son cartas cadena o mails de páginas de internet, de gente que no conozco, de correo no deseado. Y no me sorprende, ni un poco, nada. Pasé tanto tiempo quejándome de lo que no tengo que no logré ver lo que sí tengo, las pequeñas (y grandes) cosas a mi alrededor que son capaces de hacerme feliz y un poquito más. Se me olvidó escuchar mis consejos, los consejos que le di a tanta gente, tanta gente que tantas veces agradeció ser escuchada/leida por mi. Pero no tuve yo la capacidad de escucharme, de mirarme. No me molesta del todo que todo lo que saqué de aquellas pláticas en el msn fueran cartas cadena, y sólo cartas cadena. Que de tanta gente con la que hablé sabiendo que jamás los conocería en persona solo tú y otros dos más sigan contándome sus vidas en el msn, invitándome cafés de vez en cuando, aunque uno de ellos viva del otro lado del país. Tal vez fue que yo así lo quise. Me dediqué más en ver las cosas estúpidas que hacen, que dicen, las cosas que no son capaces de ver, de sentir. Las cosas que la gente normal no entiende, la gente normal que no nos entiende. Fuiste tú el que me enseñó que es posible querer a un imbécil (no lo digo por ti), que todos (o casi todos) tienen algo bueno qué ofrecer, algo bueno qué amar.
Me hicieron bien dos días sin ver el reloj, sin preocuparme por la gente en la calle que pudiera hacerme daño, por la gente cerca de mi que pudiera hacerme daño. Sin preocuparme por contestar el celular, sin estar obligada a reportarme viva con nadie, lejos de mi Shihiro (lap) y del MSN, de facebook, de la televisión, de la humanidad. Aunque yo no quería irme dos días, perderme dos días de mi vida, hoy me di cuenta de que en realidad era todo lo que necesitaba para darle a mi vida el reset que llevaba intentando desde hace poco más de un mes.
No me había preguntado qué haré el día que mi blog deje de ser necesario, el día que mi vida haya cambiado por completo y no tenga más qué escribir. El día que aprenda a hablar con mi boca y ya no sea necesario desahogarme en silencio, con un blog. Tal vez comienzo a cansarme de vivir en silencio. Tal vez es que ya no puedo vivir en silencio, ya no puedo temerle a la soledad ni vivir en ella. Ya no quiero vivir así.
Una vez una maestra de esas que dicen que los dieces son sólo para Dios, y calificaba solo sobre 9 a los mortales... me puso un 10 en el último parcial y me dijo que no le dijera a nadie...
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