Al parecer esta será la última entrada del mes, de un mes que ha sido tan largo que a penas y puedo recordar cómo comenzó. Y es que no ha sido un mes, sino dos o tres, tres meses en 29 días, un mes que se vuelve un año y todavía no ha terminado. Los que conocieron mi blog anterior se darán cuenta de que nunca antes un mes tuvo tantas entradas. Me cuesta trabajo creer que ha pasado sólo un año desde que se inauguró Dulce de café. Un año, solamente un año, exactamente un año. El tiempo puede llegar a ser tan relativo que me asusta. ¿Qué irá a ser de mi en un año más? ¿Y en dos? ¿Tres?. No, no quiero ni pensarlo, no hoy, no ahora. Me da miedo, mucho miedo. Alguna vez me preguntaron cuánto era para mi mucho tiempo, y pasó mucho tiempo, demasiado tiempo antes de que tuviera la respuesta correcta, una respuesta que al fin me satisface: No lo sé. Y no quiero saberlo. Este mes ha sido largo, terriblemente largo, y todavía no he acabado de comprender por qué.
Hace un año:Entré a la ENAP pensando que era una buena escuela. Conocí gente que no valía la pena, un par que sí valía la pena para mi, pero yo no para ellos. Casi muero, en septiembre, todavía no supero aquello que pasó que no les contaré todavía me aterra la sangre. Hace un año decidí que no podía ser otra cosa que no tuviera que ver con el arte, con mancharme las manos de pintura, mucha pintura, pintura de colores. Y me enamoré por última vez de aquél cuyo nombre no debe ser escrito. Y se me ocurrió pensar que podría estar bien sola, y quise cambiar mi vida más que nunca antes pero nada cambió. Hace un mes y medio quise cambiar mi vida... y de pronto todo parece estar cambiando. Será que al final sí me llegó la hora de crecer?
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